viernes, 17 de octubre de 2014

Otoño

Lloró como nunca lo había hecho, como si el mundo hubiese nacido en ese momento, tal parecía que los recuerdos le hubiesen caído todos de golpe, un chaparrón tan intenso que hasta los flamencos que cruzaban el horizonte hacia sus lugares donde pasar la noche miraron extrañados durante un segundo que pareció eterno, para seguir batiendo sus alas y perderse hasta el otro día.

Era el momento que temía y deseaba hacía muchas lunas, en el que debía enfrentarse a su futuro de una vez.

Aspiró los olores del otoño intensamente, la dama de noche le devolvió a su infancia, el tomillo y el romero los días de campo cazando junto al padrastro, el jazmín las caricias de su madre y las rosas silvestres a los primeros besos robados.

Ya nadie quedaba, solo los recuerdos.

Estaba solo, muy solo, quizás demasiado solo.

Se limpió los mocos con la chamarreta y comenzó el camino hacia ninguna parte.

Miró por última vez hacia la que había sido su casa durante muchos lustros.

Ni su sombra le seguía.

Se hacía hombre y lo sabía.

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