miércoles, 23 de octubre de 2013

Otoño 3


Cae la tarde sobre los tejados de las casas. Los estorninos cantan en las antenas, pasa un bando de garcillas bueyeras hacia los cañaverales de las afueras del pueblo, allí donde antaño se cazaban los gorriones al atardecer. Los huertos de alrededor yacen áridos, sin nadie que los siembre, han perdido su razón de ser, al igual que el viejo molino harinero con su escudo heráldico en el frontal, orgulloso de su pasado.

Las canalizaciones de agua del molino esperan que llueva para sentir el correr por sus piedras, pero aún queda para que el otoño se deje sentir con fuerza. Las zarzas lo pueblan todo, insignes moradores de tanta vida abandonada por el discurrir del tiempo.

Ya no hay niños que corran por los carriles de tierra con sus bicicletas, tampoco huele a madera, esa que durante generaciones fue la vida de la familia que habitó la casa, el pozo, con la vida que da el agua que se almacena en sus entrañas ya poco se usa, más por alguna familia de gorriones solitarios que por otros moradores.

El solitario eucalipto da cobijo a algunas lavanderas que huyen del frío invernal del norte. No hay humo en las chimeneas, de la fragua no queda ni el recuerdo.

El palomar se desploma con el paso de las primaveras.

Hay en el ambiente un extraño olor a tristeza, a otoño desvaído, a lo que fue y ya no es, a pasado que ya no volverá.

A vivencias de mi niñez.

 

sábado, 12 de octubre de 2013

Los más olvidados

Hoy estamos un poco más muertos que ayer.

Sí, continuamos olvidados en el fondo de este mar de la desgracia.

Y eso me duele.

Pero más aún que eso, más aún que no poder soportar este dolor por no poder sentir la cercanía de los míos, por preguntarme un porqué sin encontrar respuesta, hoy, precisamente hoy, hay otros compañeros, mujeres, niños que llegan otra vez a esta oscuridad infinita.

¿ Quién nos castiga de esta manera ?

¿ Qué hemos hecho para merecer esta maldición ?

Será que somos pobres.

O negros.

O parias.

O la unión de los tres.

No hay perdón para ellos, los que en un principio nos obligaron huir de donde teníamos nuestras cosechas y eramo felices, quienes luego nos engañaron, nos esclavizaron, nos hicieron sentirnos un número, quienes prohibieron que nos salvaran y por último quienes nos enviaron todos al fondo de este lugar sin memoria.

domingo, 6 de octubre de 2013

Madrid, 1937

Ciudad sitiada, Julio de 1937, una familia adinerada de la capital, de esos que adornan las paredes con cuadros de valor, cuyas propiedades no escasean, ni tampoco las carteras de bolsos y chaquetas del hombre y la mujer de la casa.

Dinero sí, pero nada que comprar, donde, los colmados vacíos, la gente tiene miedo y huye de la capital, un niño sale a la calle a buscar un mendrugo que llevarse a la boca.

;Madrid, ciudad del hambre.

En las escaleras del Metro de Gran Vía apenas pasa nadie, hace frío, el invierno está siendo duro y los pocos que pasan apenas miran un pequeño brazo que se estira pidiendo algo que comer.

Pasan las horas, los días y el chico sigue allí, ya en forma de estatua helada, y sigue ignorado..

Madrid, escenario de la tragedia de una familia con dinero, pero sin  comida, que arrastrará para siempre la muerte del único hijo que murió pidiendo un poco de pan.