domingo, 4 de agosto de 2013

Cuento de verano siete: Realidades

Esperó a que el cansancio del cuidar de sus cuatro nietos le venciera y con la cobardía de la que solamente son capaces los seres rastreros, miserables, detestables e iracundos como él, a oscuras, sin espejos para mirarse, sin luces acusadoras, con la complicidad de la noche acabó con sesenta y nueve años de vida de ella.

Le bastó una simple herramienta, un inocente martillo, para ahondar en su propia miseria personal.

Aquella a la  que había maltratardo tantas veces en vida, aquella que jamás pudo sentirse orgullosa de su marido, aquella que escondió sus verguenzas debajo de la falda, que mintió por amor, ocultó por miedo a romper el pequeño hilo que sostenía a una familia que no merecía siquiera llamarse así.

Por eso, ni órdenes de alejamiento le habían valido.

Cuando quiso, pudo.

Y eso es lo más desgraciado de esta historia.

Ni siquiera fue capaz de sollozar.

Dentro de su podrida mente, algo le hizo pensar que había hecho justicia.

Aunque fuera consigo mismo.

Asco de vida, de ser, de persona.

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