lunes, 5 de agosto de 2013

Cuento de verano ocho: los abrazos rotos

Hace un año ya que desaparecieron de su mundo, como el título de aquella película de Almodóvar, los abrazos rotos.

Se fueron aquellos besos que sabían a amargura, a falsos, a cariños hipócritas, a lenguas ajenas, a olas que van y no regresan, o vuelven revueltas, llenas de arena, sucias.

Y ella quería creer que eran auténticos, sinceros, entregados a la pasión que se escapó resbalando por las suelas de aquellos zapatos marrones como sus ojos.

Sentir sus poderosas manos sobre la espalda le producía escalofríos que recorrían cada palmo de su cuerpo, eso que ella quería llamar amor se llamaba mentira.

Esos mismos dedos acariciaban al mismo  tiempo otros cuerpos,  hacían sentir las mismas sensaciones a otras cuyos nombres jamás habría de conocer ni aunque lo hubiese implorado a la más poderosa de las hechiceras del planeta.

Los pequeños momentos de intimidad se habían ido suavizando en el tiempo como las últimas hojas que caen de los árboles cuando el otoño se muestra poderoso.

Ahora sentía dolor en su interior, más por haberse engañado a sí misma bajo la coraza que algunos llaman amor que por perder a alguien que hizo de la mentira su ritmo de vida.

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