viernes, 16 de noviembre de 2012

Siempre quedará la noche

No ha sido un buen día para Frankie.

Decididamente, no.

Desde que puso sus sucias botas de vaquero en plena calle sabía que estos días no están hechos para él.

Caen las hojas amarillas sobre el suelo.

Los estorninos comienzan a reunirse huyendo de su soledad, haciendo piruetas imposibles al unísono.

Frankie los mira con envidia.

Esta mañana no se ha querido reflejar en el espejo, seguramente su cara denotaría se está haciendo viejo, que las arrugas no perdonan, que se están acabando sus momentos.

Atrás quedan, lejos, muy lejos, aquellos tiempos en los que el vaquero más famoso de la ciudad era el chico por el que todas suspiraban.

El sol se vuelve tímido y se deja encumbrar por las nubes que toman el cielo con poderío.

Hace frío.

Sale del bar de siempre hacia no sabe donde, quizás donde sus pies le lleven.

Cae la tarde.

Un día más perdido en el horizonte del fracaso.

Menos mal que queda la noche.

Para emborracharse, para encontrar alguna prostituta que le fíe, para olvidarse de sí mismo y soñar con lo que nunca fue, para que algo parecido a un sueño pase fugazmente por su cabeza, aunque mañana ni siquiera lo recuerde.






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