domingo, 30 de septiembre de 2012

El impenetrable olvido


 

El fuerte viento de levante que llega sin freno de la sierra  se apodera del lugar ausente ya de protección. El toldo verde de malla que con tanto mimo habían desplegado los dueños de la casa en el acogedor patio ha desaparecido por completo, quizás se lo llevó el abandono, puede que el propio aire lo hiciera suyo o algún familiar lo quitó.

 

La sombra que antaño cobijaba al hombre y a la mujer ya quedó derrotada en una batalla desigual  por el sol impenitente que diariamente campa a sus anchas hasta que quiera marcharse por las montañas que desembocan en el Atlántico para volver el día siguiente con igual o más fuerza.

El patio sin vida es algo tétrico, un espejo sin reflejo, vagabundean los recuerdos pero nadie acude en su búsqueda.

Animales nunca hubo allí, pues su dueño se sobró con cuidar las ovejas y los perros pastores.

Algún gato vecino recorre sus rincones buscando ratones desprevenidos o alguna pequeña musaraña

 

Quedan pocos rastros de una vida anterior de felicidad.

Las plantas continúan su lucha por la supervivencia. El viejo jazmín sigue desplegando un abanico de olorosas flores blancas que nadie recoge, el olivo junto al vacío gallinero extiende sus ramas a la casa del vecino, las malas hierbas han sido podadas por los hijos en previsión de un posible incendio, algunos cactus rugosos se mantienen en pie, otras flores se han secado, el desvencijado portón se oxida a pasos agigantados, el pozo ciego ha perdido su boca, quizás en un desesperado intento por respirar, la hiedra poco a poco se va apoderando de todo, ella vence a la nostalgia, crece con el abandono., se hace fuerte.

 

El agua del grifo no gotea, también está muerta. ¿ Existe algo más desolador que una casa sin el sonar, aunque ocasional de gotas fluyendo vida?.

Afuera, la pequeña acera se ve invadida por el maestranto, plaga sin cuartel.

No hay canarios que canten al mediodía, no despierta el gallo al amanecer, no se oye el pasar de las hojas del periódico, ni al hombre haciendo empleitas, ni a la mujer regando las flores con mimo, ni un libro que alegre las tardes de soledad, ni un buenos días a los vecinos, ni charlas literarias al socaire del levante, ni el sonido de la radio por la noche, ni niños jugando, ya no hay nada.

 

Quedan los recuerdos flotando en el aire a la espera de que alguien los recoja y los haga suyos.

Pasa la vida.

lunes, 24 de septiembre de 2012

A ti

A ti, que me diste la vida.

Que lo entregas todo sin pedir nada a cambio.

Que no hablas muchas veces por no molestar.

Por ser como eres.

Por encallarte las manos por hacer de nosotros alguien en el futuro.

Que luchaste por la supervivencia de mi padre durante tantos años.

Sin una voz, sin un quejido, sin un lamento.

A ti te quiero decir esta noche.

Que sigas con nosotros muchos años.

Que los ochenta que cumpliste hace pocos días se conviertan en cien dentro de unos años.

Que te necesito cada día.

Que te quiero.

A ti, mamá.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Dignidad

Cada día que pasa noto como mis manos no responden a las órdenes de mi cerebro. Pienso perfectamente, pero las piernas no parecen a veces parte de mí, ni la espalda, ni siquiera puedo dar un paso sin que note como algo se aleja de mí, irremediablemente, para siempre, un camino sin retorno.


Yo, que siempre he sido una luchadora, que vencí al cáncer, a la rotura de una cadera, que no pueda con esto, es decepcionante. Lucho, pero noto, como él me va ganando, el párkinson, y yo voy perdiendo, hasta la dignidad.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Una luz

Cuanto despertó la luz continuaba encendida. No sabía cuantas horas había dormido, ni siquiera sabía muy bien si era de día o de noche. Siempre igual.

La única conciencia que tenía es que había pasado mucho tiempo, demasiado.

Un paso, dos, tres, pared.

Un paso, dos, tres, pared.

Repetía el movimiento cientos de veces, hasta que las piernas le dolían y se sentaba en el suelo a descansar.

Aprendió a calcular según los horarios de las comidas. Supuso que ellos no le cambiarían las horas de desayuno, almuerzo y cena, pues la merienda no existía.

Durante todo el tiempo que llevaba allí se había propuesto  no llorar y lo había casi conseguido.

Seguramente le habían dado por muerto, su familia no debía sufrir por él.

Pero el no iba a desfallecer, mentalmente era fuerte y lo demostraba día a día.

Con un trozo de azulejo del suelo rallaba en la pared donde daba el camastro, una línea de cada cena que pasaba.

Tenia que sobrevivir.

Rezaba todos los días por su libertad, lo hacía en silencio, para sí.

Ellos apenas se dejaban ver y él no les pedía nada, porque nada obtendría.

No les suplicaba, porque quizás lo que querían era verle sufrir.

Unicamente le obsesionaba una cosa.

Esa luz, esa maldita luz sin interruptor.