lunes, 12 de diciembre de 2011

Mamushka

La niña mira el escaparate y en su boca nacen mil sabores.

Como si de una conocida muñeca rusa de madera, decenas de ellas se arreciman entre los chocolates dando nombre a la hermosa chocolatería de la avenida Mitre.

Cae la noche, comienza a hacer frío, es Mayo.

Intenta entrar, pero el vigilante de la puerta se lo impide.

Apenas tendrá siete u ocho años.

Sus ojitos suplican un trozo de ese olor intenso que sale de la entrada.

Es una indígena más entre los pobres que pululan por Bariloche.

Cae la primera gran nevada del año, en pocos minutos los coches circulan a duras penas, la calle se despuebla y allí continúa ella.

No tiene ropas de abrigo.

Quizás la estén esperando, a lo mejor su madre ande suplicando algo de comida con sus hermanos por la ciudad, o a lo peor ni eso.

La tienda baja el escaparate.

Ella espera.

Al fin, el vigilante se apiada y le da un trozo de pan que le ha sobrado de la merienda.

Sonríe agradecida.

Podría llamarse Mamushka, como la muñequita rusa, o como el mejor chocolate del mundo.

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