miércoles, 1 de junio de 2011

Cuento

Cuando despertó, el dinosaurio ya no estaba allí.

Fue entreabriendo sus pestañasy se encontró con un par de ojos que le observaban desde no sabía qué lugar.

Pareciera que la mirada fuera etérea, atemporal, infinita.

Cuando los terminó de abrir, notó que a su alrededor no había dos ojos, se le habían sumado más, bastantes más.

Los pares de ojos llegaban en autobuses atiborrados.

No había cuerpos que los sostuvieran, sólo ojos.

Sintió que era acosado por miles de ojos, dieciseis mil.

Como los musulmanes.

Como los autobuses.

Como los ocho mil que él había ordenado ejecutar quince años antes.

Y ahí estaban para pedirle explicaciones con sus miradas.

El cerró los suyos, pero aún así, los miles de asesinados continuarían.

Por los siglos de los siglos.

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