jueves, 17 de febrero de 2011

El perro

No hay atardeceres más maravillosos que los que cada día me ofrece el Océano Atlántico, pensaba Peter desde el oteadero natural de su casa. Cada tarde abandonaba su tareas con los pinceles a la hora en que el sol caía plano sobre el horizonte, se sentaba en la hamaca y dejaba pasar los minutos deleitándose hasta que la suave brisa marina convertía la tarde en noche. Tocaba una ducha relajante, algo de fruta y a continuar plasmando vivencias en cuadros.
Así habían transcurrido los últimos diez años de su vida, desde que abandonó su Alemania natal, con otro pasaporte, otro nombre, apellidos, nacionalidad y hasta un pelo diferente.
Todo era paz, sosiego y tranquilidad hasta que una tarde apareció él.
Salía con el coche a cenar a Zahara, cuando sintió el ladrido de un el animal que se abalanzaba sobre el capó con las mandíbulas abiertas, tanto que el conductor por un momento perdió el control del coche y estuvo a punto de estrellarse. Pudo maniobrar con destreza y escapar, pero el mal sabor le quedó toda la noche. Al regresar no había rastro del animal.
Esa noche las pesadillas regresaron a su cabeza, sangre, dolor, gritos, años atrás, miradas desesperadas. Por la mañana despertó con un gran dolor de cabeza, pero ello no evitó que saliera a correr por la playa como acostumbraba.
Bajó los noventa y ocho escalones que conducían a la pequeña cala, se calzó bien los deportivos, y comenzó la marcha por la arena. Era temprano y a esa hora la playa estaba desierta. Cuando apenas llevaba quinientos metros, sintió un ruido cercano que se transformó en dolor cuando sintió que el maldito perro le estaba mordiendo el tobillo izquierdo. Intentó zafarse de él como pudo, gritó, chilló, maldijo en alemán, pero el animal, un pastor alemán maduro, ya no se zafaría de él hasta verlo convertido en un amasijo de sangre.
Cuando exhalaba el último aliento pudo reconocer en la mirada del animal, la sed de venganza y de justicia que había en sus ojos.
Diez minutos después, un cadáver se dejaba llevar por el vaivén de las olas y un perro se introducía en un land rover verde que le esperaba en Zahara de los Atunes.
El vengador nunca fallaba, aún quedaban muchos nazis por ajusticiar.
Esa era su vida.

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