jueves, 20 de enero de 2011

La cita

Llegaría tarde, lo presentía. Habían puesto todos los medios para que el encuentro fuese lo más cordial posible, pero en su más hondo interior sabía que si algo le molestaba a su interlocutor era que se retrasasen en las citas. Y cuando se cabreaba, menudo era, que preguntasen en media Europa.

El tren salió bien temprano, eran cuatro horas las previstas entre Madrid y Francia. La mañana había salido despejada, aunque los primeros fríos del otoño se hacían notar. El pequeño hombre iba vestido con su uniforme usual, algo largo de pernil, pero la estatura no era su fuerte. Cuando volviesen a Madrid, tendría que echar una buena reprimenda al sastre personal.

El viaje pretendía ser distraído, los que viajaban en el vagón junto a él bromeaban con asuntos nimios, pero en el ambiente flotaba la tensión por la importancia de la reunión.

Tomó café con pan, aunque cuando se encontraba dándole un último buche a la taza, el tren hizo un giro brusco y parte del café cayó en sobre el impecable traje dejando una gran mancha. Renegó y maldijo al maquinista, su lugarteniente más cercano intentó quitar los restos, pero fue imposible.

Lo sabía, todo iba a salir mal, llevaba mucho tiempo preparando la cita, él, que se dignaba de ser un gran estratega.

A las 2.00 de la tarde sirvieron el almuerzo, pero no quiso probar nada, más en previsión de nuevas manchas que por hambre. Tendría que mandar revisar todas las vías, el artefacto se movía demasiado.

A las 2.30 horas pasaban la frontera sin problemas, quedaba solamente media hora para la cita, pero todos coincidieron en que llegarían a tiempo. La hora marcada era las tres.

A menos de un kilómetro, estando revisando documentos, un golpe seco les hizo salir disparados y caer a todo lo largo del vagón, produciéndose magulladuras cuatro de sus ayudantes y él mismo. Alguien gritó que una vaca se había cruzado en la vía y que la locomotora se la había llevado por delante. No podían seguir por ahora.

Dios, porqué me haces esto, gritó el pequeño hombre.

A las 15.30 horas, el hombre que esperaba en la estación de Hendaya dió orden inapelable en alemán de que el Erika emprendiera la marcha.

Malditos españoles, siempre tan informales. Se iban a enterar, conquistaría la península y hasta Marruecos si hacía falta.

En el tren del lado español, mientras todo eran prisas, Franco se derrengó en el sofá, pequeño como él.

Una vaca condicionaría el desenlace de la segunda guerra mundial.

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