domingo, 24 de octubre de 2010

Un día cualquiera

Ocho y media de la mañana.
Acabo de dejar a Antoñito en la guardería, ha entrado contento como siempre, se nota que es viernes, la carretera está tranquila, hay menos tráfico y casi no se forma caravana al entrar en Sevilla.
En la cafetería hay cierto revuelo, me extraña ver a Luisa la cocinera rulando tras la barra, encima de la vitrina de cristal hay dos cajas de croisants llenos de jamón york y queso, pregunto a Sonia, primero le doy los buenos días y me cuenta que hay un pequeño catering para unas gentes del polígono.
En la esquina de la barra fuman Rocío y su amiga-compañera, han tomado el café y apuran el cigarrillo antes de entrar en la empresa, Borja lee el Marca, el directivo del concesionario apura la tostada mientras ojea el ABC, el montón de periódicos del 20 minutos se apila en la esquina opuesta, acaban de dejarlo, pronto disminuirá aunque siempre terminan algunos en el cubo de la basura al final del día.
Al momento tengo la tostada con mantequilla de Arias ( lata amarilla y azul de toda la vida, nunca porción ) con jamón york, cada día voy variando, unas veces sobrasada, casi siempre los martes, y rara vez una con aceite y tomate, tengo un poco liada a la camarera, pero ella nunca se queja, ni conmigo ni con nadie.
Siempre me busco la izquierda de la barra con un banquete para leer algún periódico, El mundo, el Marca o el Abc, no me gustan los gratuitos, es un momento para degustar el desayuno mirando los artículos con cierto detenimiento, me repatea que llegue algún cliente y tenga que tomar el café con él, porque tengo que engrasar el pensamiento y eso lo suelo hacer cuando me monto en el ascensor para subir a la primera planta ( sí, las escaleras son un coñazo ), pero que yo ando, y bastante.
Saludo al padre de Fernando, el dueño del bar, al que llama el Niño, cariñosamente, son ambos la ironía personificada, da gusto verles el humor que gastan desde las ocho de la mañana.
Hoy hay un personaje nuevo, por lo menos para mí, en la cafetería: nada más verlo lo bautizo como caballo loco, un chino con los ojos inyectados en sangre, con los pelos de punta, de mediana edad, toma café a mi lado. Habla, bueno intenta hacerse entender con dos mecánicos a los que invita a una copa de anís Castellana sin hielo. Pide agua, pero la quiere caliente. Cuando le traen el vaso vierte en él un sobrecito de hierbas verdes que deja asentarse sin echarle azúcar. Los mecánicos le comentan que si el hachís se lo bebe, que no se lo fuma, el chino no entiende nada pero se ríe. Paga con un billete de 20 euros y Sonia le da todo el cambio en monedas de euro. El chino deja el café a medio tomar, hace un gesto con las manos a los hombres a los que ha invitado, ignora las hierbas y se va directo a la máquina recreativa que está al otro lado del bar.
Termino de leer el Marca, pago y me voy. Han pasado diez minutos y Caballo Loco continúa echando monedas, aunque de vez en cuando la maquinita le da algunas para cautivarlo con su música alagadora. Me despido de Fernando, quizás baje a las 11.30 horas a tomarme un máquina, puede ser que el chino continúe allí.
Ah, la cafetería se llama Guadalquivir, por si no lo había dicho, y está en el Toledo II, en la avenida de Hytasa del Cerro del Aguila. Allí estoy todas las mañanas, quedáis invitados.

1 comentario:

Sonia dijo...

Hoy me he sentido importante, cuando llego por la tarde a la cafeteria Guadalquivir a tomar mi segundo cafe, en la esquina del fondo de la barra junto a mi compañera-amiga Rocio.
Me enseña Fernando un articulo curioso de un dia cualquiera,salgo yo!! que importante me sentí.