viernes, 10 de septiembre de 2010

El paraíso




Llevamos varias lunas en el poblado alejados de toda vida civilizada. Nuestra situación podría calificarse como de calma, pues tenemos comida en abundancia, agua toda la que no seríamos capaces de beber jamás, no hay enemigos a la vista y creo que nadie nos espera, pues seguramente nos habrán dado por muertos.


Los miembros de la tribu jabuoé nos tratan bien y tenemos libertad para movernos por los alrededores del río, aunque sí es verdad que algunos de nosotros sienten nostalgia de sus familias que quedaron al otro lado del océano, y no sabemos cómo saldremos de aquí, pues nuestra chalupa se deshizo en mil pedazos.


Nos entendemos por señas, su idioma es totalmente desconocido, no se parece en nada a nuestro castellano, ni siquiera al latín.


Ellos van totalmente desnudos, algunos de los soldados, los más jóvenes ya han tenido relaciones con las mujeres indígenas, pero yo aún me resisto, pues mi creencia en Dios no me permitiría tener descendencia sin estar casados y aquí parece un poco complicado hacerles ver que la religión católica es la nuestra y debe ser la suya.



Ayer descubrimos al anciano de la tribu, el respetado por todos, echando humo. Se metía unas hojas secas muy apretadas entre los labios, cerraba los ojos y al momento lo expulsaba por una boca muy abierta. Incluso podría jurar por mi único Dios que también un olor nauseabundo salía de su nariz, acompañado de bocanadas. Parecía entrar en éxtasis. Debe ser cosa de brujería.



Todo esto lo cuento para que si algún día salimos de aquí no me tomen por loco o demente.



A veces pienso que soñamos, cuando veo a las aves de múltiples colores, colas imposibles, monos que chillan, arañas inmensas, serpientes que comen seres humanos, árboles cuyas copas no se ven de lo altos que son, cientos de mariposas, peces de río que son capaces de quitarte una pierna si notan tu presencia.
Mi capitán, don Alvar Núñez piensa que aún nos queda mucho por descubrir, pero yo preferiría que si he de morir que mis restos se quedaran en esta tierra para siempre.
Ciertamente, el creador que todo lo hizo, aquí se detuvo más de siete días, es lo más bello que jamás vieron mis ojos.
Si esto no es el paraíso es que no existe.


Manuscrito depositado en una botella de ron y encontrado en las márgenes del río Iguazú en Argentina.

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