martes, 24 de agosto de 2010

A Miguel

En la historia de Facinas, Miguel no creo que sea uno de los que pase por destacar por algo, pero a este pequeño ser, casi de mi edad, que el otro día se marchó para siempre, por sufridor, por desgraciado en nacer en una familia de alcohólicos, porque conviví con él bastantes desayunos, por las lágrimas que derramó por mi padre ( seguramente Juanini estará hoy arreglándole otro día más la bicicleta cochambrosa con la que todas las mañanas bajaba a hacer la compra ), o por ese otro Miguel que fue su ángel de la guarda, su amigo y confidente en la tierra, por sus hermanos Niní y José, o por quién se quiera acordar de él, le dedico este cuento.
“ Un día especial “

La madrugada está siendo fría, muy fría, demasiado. Allá arriba Miguel se revuelve sobre las sábanas y nota una sensación extraña, tirita, le castañean los dientes. Oye el gallo cantar, le parece que lo hace de forma diferente.
Hoy es domingo, se puede quedar un ratito más en la cama, pero no puede estar más tiempo, tiene demasiado frío. Se acerca a la chimenea aún con la ropa de dormir y se calienta un poco las manos, pero la boca no la puede parar. Nadie en la casa parece que se haya levantado aún, clarea por el tragaluz de la cocina. Mira el reloj, las ocho y media de la mañana.
Se oye el ladrido lastimoso de los dos perros en la puerta. No avisan de la llegada de nadie, simplemente le llaman a él. La abre para que entren, cuando entra Canela se fija un poco más allá y lo ve, lo ve todo.
Todo es todo, no hay verde de los árboles, ni marrón del barro, ni color amarillento de la tierra del carril que lleva hasta su casa, todo es blanco, blanco y más blanco. Dios, qué es aquello.
Deja abierta la puerta para que la visión no se le escape al cerrarla, coge un gersey, se pone los pantalones encima del pijama, las botas, la vieja bicicleta aparcada junto al lavadero y al pueblo, a Facinas.
Tiene que decirles a todos que él ha sido de los primeros en ver el manto blanco. Conforme va bajando la empinada cuesta se da cuenta tiene que echar mano de los frenos, pero la bicicleta no le hace demasiado caso y por la primera curva a la derecha Miguel sale volando cayendo de bruces sobre un gran chaparro.
Por un momento, no sabe cómo reaccionar.
Sus ojos, su nariz, hasta su boca se han llenado de nieve, está fría y muy fría. Se limpia un poco y reanuda la marcha.
Mira a un lado, a otro, hasta la sierra de Fates está nevada, es impresionante.

Cuando el sol comience a aparecer por las Cabrerizas y disuelva la gran nevada Miguel ya habrá hecho guerras de nieve con los gentes de Facinas, y hasta un muñeco, pero sobre todo, habrá sentido que la vida puede llegar a ser por momento feliz entre tanta desdicha.

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