domingo, 3 de enero de 2010

Presentación de libro en Facinas

El pasado día 30 de Diciembre presentamos el libro de cuentos en el colegio Público de Facinas. El salón de actos no era muy grande pero se llenó. Aquella noche fue especial, primero porque creo que gustaron los cuatro cuentos de Facinas que leyeron magistralmente mis amigos, segundo porque la gente salió satisfecha, tercero porque yo me sentí muy a gusto, sobre todo firmando a cada amigo un libro dedicado y por último porque la charla entre todos fue muy agradable.

Aquí dejo el primer y segundo cuento que leímos, espero que guste.

1. " LA PRIMERA COPA “

Llegaron en un viejo camión sin capota cuando el sol aún no había aparecido por la sierra de Fates. La calle Vista alegre estaba solitaria aún. El levante otoñal zigzagueaba por los callejones ofreciendo hostilidad y frío a los valientes que se atrevían a desafiarle.
Pero ellos eran los más valientes, los que iban a luchar por España.
Llegaban de Benalup e iban a Tarifa.
Eran ocho, siete hombres y un muchachuelo, todos vestían gorras que tapaban algo sus cabezas y ropas desgastadas, , raídas por la pobreza y el tiempo. Con decisión, el que conducía abrió la puerta del bar en primer lugar, luego fueron entrando los demás y por último el rapazuelo que cerró.
A los buenos días, ¿ Qué se le ofrece a los señores ¿.
Algo para entrar en calor, si tiene usted.
Un buen cafelito si les puedo dar.
Hecho.
Parecían entumecidos por el frío, el que comandaba comenzó a alentarles sobre la batalla, el ardor y la victoria segura.
Luego pidieron una copa de aguardiente.
¿ Y tú, también vas a querer una ¿.
El chico miró a aquel hombre con voz potente, porte de gigantón y no supo qué contestar.
El compañero que estaba a su lado le dijo al dueño del bar:
Juan, él también, es ya un hombre.
Le sirvió una palomita de licor y le preguntó:
Chico, ¿ Qué edad tienes ¿.
Dieciocho, señor, acabaítos de cumplir.
¿ Cómo te llamas ¿.
Manué.
Yo soy Juan , Juan Gil.
Cuando a Manué le llegó el alcohol a la garganta empezó a toser y a punto estuvo de ahogarse.
Manué, me parece a mí que eres demasiado joven para las copas de aguardiente y hasta para la guerra.
Pagó el mayor en edad y se despidieron, el muchacho también, con un hasta luego.
Juan Gil observó de nuevo a Manué, tan escuchimizado, tan poquita cosa, y pensó para sus adentros:
También es joven para morir.


2. EL BICHO “

“Eran las ocho de la mañana de un lunes cualquiera de verano en los años setenta del pasado siglo.
El Motor a esa hora era un auténtico hervidero de personas, carros de leña, sacos de harina, y sobre todo, pan, mucho pan.

Acababa de salir el décimo amasijo de los dos hornos de leña que funcionaban a tope, cuando ya en la gigantesca mesa de trabajo de la sala principal, Juanini se esmeraba cortando con el hocino una tras otra, piezas de masa que lanzaba sobre las manos de uno de los cinco panaderos que la rodeaban. Nadie hablaba, todos concentrados en que no se demorara más de la cuenta, pues Corbacho y otros chóferes esperaban para salir a repartir a Tarifa, Algeciras y la Línea. Los que iban para la zona de Chiclana, Conil y San Fernando ya habían cargado las furgonas y estaban en camino.
Dos mil kilos en una madrugada no estaban nada mal. El pan macho de Facinas se vendía más porque aguantaba varios días. Aún no habían llegado las cámaras de conservación, fórmula de no muy buen resultado como posteriormente se comprobaría.
A esa hora los molineros comenzaban la faena. Juan Noria, Paco Yerga y Curro Tapia ya habían tomado el cafelito de rigor en el bar de Hidalgo y empezaban a poner en marcha la gigantesca maquinaria de molienda. Dos plantas completas de un gigantesco edificio para sacar cientos, miles de kilos de harina morena, afrecho y salvado. Pero también estaba el mantenimiento de las correas de cuero, y la picadura de la piedra de moler y aplacar el polvo en suspensión que permanentemente flotaba haciendo irrespirable el aire en algunas ocasiones. La sala de máquinas era otra cosa, una auténtica bestialidad, un sistema del siglo pasado capaz de dar luz a Facinas completa en muchas ocasiones.
Porque la panadería de Mangas no era una panadería al uso, era casi una ciudad a escala. Por allí pasaron en cincuenta años casi todas las personas que estaban en condiciones de trabajar, desde limpiadoras, mozos, cargadores, aprendices, molineros, panaderos, contables, hasta chóferes y mecánicos de todas las edades.
Pero volvamos a la historia de aquel lunes.
El último kilo estaba sobre el peso cuando Juan Noria entró gritando: El bicho, el bicho se ha escapado.
¿ Pero cómo, si esta madrugada dormía tranquilamente sobre el saco ¿, contestó Rafael Serrano.
- Pues ya no está, hay que encontrarlo antes de que llegue Mangas. Ha roto la cadena, yo no lo encuentro por ningún lado.
El hombre de la mascota hizo una pausa como para coger aire, pues no se le conocían más de dos frases seguidas. Siguió hablando alocadamente, como si le fuera la vida en ello.
- Lo peor de todo es que ha entrado en la oficina, ha removido periódicos, cuadernos, ha partido tres o cuatro lápices y se ha comido dos teleras de la vitrina.
. ¿ Pero está por aquí dentro o crees que se ha podido ir a la calle ¿, preguntó Juanini, temiendo que al bicho le diera por atacar a personas o niños como había hecho en alguna otra ocasión.
En ese momento el mundo se paró, hasta los panes que se estaban hinchando en las tablas de detrás cesaron su fermentación.
La puerta de cristales que comunicaba un largo pasillo descubierto hasta la casa del dueño se abrió y allí apareció Juan Mangas, hombre corpulento, cuya voz hacía ponerse a todos firmes en la panadería, incluidos los gatos.
Se hizo el silencio roto por el tono amigable con el que el hombre llegaba esa mañana.
· ¿ Qué pasa, estáis todos muy callados, ha pasado algo ¿.
Alguien se atrevió a decir:
. Juan Noria ha llegado hace un momento diciendo que se ha escapado el mono.
Una risa estruendosa se oyó en la inmensa sala, seguida de un hipio continuado.
Del techo, más bien, de una de las vigas de madera que hacían de contrafuerte, colgado de una sola mano, colgaba un mandril que con la otra hacía corte de mangas a todos los presentes, incluido el susodicho. Además, por si fuera poco, soltó un inmenso escupitajo que fue a caer sobre uno de los kilos de la mesa.
· Me cago en el mono, en el legionario que me lo regaló, en su madre y hasta en Mohamed si hace falta ( Porque se decía que el animalejo venía de Tánger ). Que alguien baje al bicho de ahí o voy a por la escopeta. De mi no se cachondea nadie y menos un animal.
A la media hora, ni había trapo, ni cadena ni por supuesto, restos de mono, aunque en alguna teja de la sala quedó el recuerdo por varios años.

1 comentario:

Reyes dijo...

Estoy expectante para verte.