martes, 5 de enero de 2010

Presentación -2º parte.

Estos son los dos últimos cuentos que leímos aquella noche:

“ Un día especial “

La madrugada está siendo fría, muy fría, demasiado.
Allá arriba Miguel se revuelve sobre las sábanas y nota una sensación extraña, tirita, le castañean los dientes.
Oye el gallo cantar, le parece que lo hace de forma diferente.
Hoy es domingo, se puede quedar un ratito más en la cama, pero no puede estar más tiempo, tiene demasiado frío. Se acerca a la chimenea aún con la ropa de dormir y se calienta un poco las manos, pero la boca no la puede parar. Nadie en la casa parece que se haya levantado aún, clarea por el tragaluz de la cocina. Mira el reloj, las ocho y media de la mañana.
Se oye el ladrido lastimoso de los dos perros en la puerta. No avisan de la llegada de nadie, simplemente le llaman a él. La abre para que entren, cuando entra Canela se fija un poco más allá y lo ve, lo ve todo.
Todo es todo, no hay verde de los árboles, ni marrón del barro, ni color amarillento de la tierra del carril que lleva hasta su casa, todo es blanco, blanco y más blanco. Dios, qué es aquello.
Deja abierta la puerta para que la visión no se le escape al cerrarla, coge un gersey, se pone los pantalones encima del pijama, las botas, la vieja bicicleta aparcada junto al lavadero y al pueblo, a Facinas.
Tiene que decirles a todos que él ha sido de los primeros en ver el manto blanco. Conforme va bajando la empinada cuesta se da cuenta tiene que echar mano de los frenos, pero la bicicleta no le hace demasiado caso y por la primera curva a la derecha Miguel sale volando cayendo de bruces sobre un gran chaparro.
Por un momento, no sabe cómo reaccionar.
Sus ojos, su nariz, hasta su boca se han llenado de nieve, está fría y muy fría. Se limpia un poco y reanuda la marcha.
Mira a un lado, a otro, hasta la sierra de Fates está nevada, es impresionante.

Cuando el sol comience a aparecer por las Cabrerizas y disuelva la gran nevada Miguel ya habrá hecho guerras de nieve con los gentes de Facinas, y hasta un muñeco, pero sobre todo, habrá sentido que la vida puede llegar a ser por momento feliz entre tanta desdicha.
“ RECUERDOS “
- Papá, nos tenemos que ir, son varias horas de coche y nos va a pillar la noche.
. Sí hija, son cinco minutos nada más, déjame sólo.
Carmen se retira unos metros hacia donde están sus dos hijos pequeños junto con el marido. Ya lo tienen todo preparado en el coche, el viaje a Barcelona es demasiado cansado para todos, pero especialmente el abuelo, que ya peina los ochenta.

Pedro mira la fachada de la que ha sido su casa durante casi toda la vida, aún recuerda los días inciertos en los que llegó a Facinas del cortijo de la Arráez alta cuando era un chaval que todavía no había hecho la mili prácticamente sin nada.
Durante muchos años peleó como el que más para conseguir que a sus padres y hermanos nada le faltara, porque por algo era el mayor de cinco y cuando le tocó a él formar una familia, con esfuerzo y tesón la logró.
Fue feliz con su mujer y sus tres hijos en el pueblo.
Ahora echa la vista atrás, tantos momentos vividos, tantas calles andadas, tantos recuerdos, algunos sinsabores, la ilusión de su boda, modesta, simple, pero inolvidable. La noticia de su primer varón, luego vendrían dos hijas más, todo ello en su pueblo, vivido en su querido pueblo.
Cómo no iba a recordar aquellos bailes de chacharrá de soltero cuando se reunían al calor de una lumbre, la primera romería de San Isidro, la Semana Santa con su imagen de la Divina Pastora, la feria, los bares, cuántas tardes en el campo cogiendo tagarninas, pencas, cardillos para poder comer.
Ahora sólo son eso recuerdos, que muy difusamente acuden a su cabeza, maltratada por los años y la propia vida.
Hace dos años que la perdió a ella, un cachito de su corazón se quedó enterrado con ella en el cementerio,
Ahora le toca lo más duro, marcharse de allí, quizás para no volver, lejos, las circunstancias lo han querido así, pero ya no puede vivir sólo.
El único consuelo que le queda es que va a estar con sus nietos todos los días, pero ya no podrá contemplar como todas las tardes, el sol marchándose por la campiña abajo, sentado junto a la Iglesia con su inseparable perrillo, ni tampoco subirá a por agua a las Cabrerizas, ni oirá la paz de su pueblo.
No voy a llorar, se dijo a sí mismo, y lo consigue.
Cuando llega hasta el coche le dice a su hija: Me voy, pero con la condición que cumplas lo que me prometiste anoche.
Sí papá, claro que sí.
El sonríe y una minúscula gotita de agua corre por la cara abajo. Sabe que por lo menos vendrá a morir a su pueblo, aquí, a su amado pueblo.

No hay comentarios: