lunes, 26 de octubre de 2009

" Los funerales del Papá Grande "

Las campanas del pueblo repicaban misa de difuntos. Eran las doce de la mañana de un día caluroso de verano.
La iglesia estaba situada en la parte más alta, desde allí se podía divisar todo el mar Mediterráneo. Para llegar hasta ella había que subir una cuesta muy empinada de no menos un kilómetro y los coches allí no podían llegar por la estrechez de la calle, así que el féretro hubo que trasladarlo desde la parte baja a cuestas.
Aquella no era una opción fácil porque el muerto no era un muerto cualquiera. Don Jorge Alvarez de Sotomayor y Sotomayor ( El último apellido había sido añadido por él como signo de distinción ) pesaba al momento de su defunción ciento ochenta kilos de orondez. Por algo era conocido en el pueblo como el Papá Grande.
Los vecinos habían ido acudiendo desde primera hora de la mañana, cuando la humedad y las altas temperaturas todavía no se notaban demasiado. El templo era un bullir de abanicos y cuchicheos de las mujeres, mientras los hombres aguardaban en la puerta charlando entre ellos.
Cuando el coche fúnebre aparcó a la entrada de la calle principal, quince hombres se acercaron para tirar de la caja y sacarla. Entre todos pudieron apoyarla en unas banquetas preparadas para la ocasión, cogieron fuerzas y empezaron a subir la cuesta.
Algunos sudaban, otros se quejaban, los más no podían ni hablar, nadie lloraba por él. La joven viuda iba agarrada a una de las hijas del Papá Grande, la única de los cinco que había acudido al entierro. Los cuatro restantes, aunque habían sido avisados, ni siquiera hicieron intento por acudir. El mayor dijo " que se pudra ", la más pequeña comentó " yo hace quince años y diez días que ya no tengo padre " y los otros dos no soltaron lágrima alguna.
A medio camino, uno de los hombres ni siquiera pudo avisar, cayó en redondo sobre los adoquines, y allí fue a socorrerle el médico que iba atrás, en previsión de lo que podía pasar. Lo relevó otro hombre escuchimizado que apenas llegaba con sus brazos al féretro.
Y es que el Papá Grande había sido puñetero hasta en los preparativos de su muerte: Dejó escrito que el entierro debía ser a la hora de más calor del día y lo tenían que llevar sus trabajadores, todos. E incluso dejó dicho al capataz de su finca, que vigilara si alguno no cumplía para despedirlo ese mismo día. El cuerpo debía ser incinerado y repartidas sus cenizas en un gran velero blanco cinco millas mar adentro.
Tras tres cuartos de hora de subida, tres desmayos y un síncope, llegaron a la Iglesia donde sonó el himno de su país, como si fuera una persona importante. El cura en un principio se había opuesto, pero los euros que depositó en el cepillo hicieron el resto.
El cuerpo fue depositado en el altar, con doscientas coronas de flores, uno por cada habitante. Habían tenido que abonar obligatoriamente treinta euros cada uno a la única floristería del pueblo, que por supuesto era también del Papá Grande.
El cura empezó a alabar las venturas y gracias del Papá Grande hasta que en el silencio de la oración y la confesión de los pecados se oyó:
" Cabrón ".
" Cabrón ".
" Desgraciado ".
" Putón ".
" Degenerado ".
Las mujeres y hombres que llenaban la Iglesia se miraron unos a otros escandalizados, hasta que pudieron ver cómo un grupo de seis chicas entraban por las puertas abiertas, una detrás de otra, a cual más joven, atravesaban la calle principal seguidas de los ojos de todo el pueblo y se paraban delante del altar.
Cuando llegaron allí, la viuda se levantó y les hizo frente.
La tierra se paró en aquél instante, ni siquiera los abanicos se movían.
Por fin, la jovencísima viuda les dijo en un tono que no aceptaba réplica " Todo lo que habéis dicho es verdad, sé que se acostaba con vosotras por dinero, que os prometía la herencia, que con más de una tiene hijos pequeños no reconocidos, que ha abusado de todos y de todo.
Por eso, padre, le digo, que este hombre no merece ser enterrado, que no merece estos honores, que si hay un Dios no puede acogerlo a él en su seno, que nos ha tenido atemorizados a todos durante demasiados años.
Así que pediría por favor que nos quitásemos todos nuestras ataduras y démole el entierro que se merece ".
Los hombres primero y luego las mujeres empezaron a chillar y a gritar, todo era algarabía y llantos de alegría y emoción.
Cuando alguien apareció con un carromato de dos ruedas en la puerta, la locura se desató.
Había pelea por coger al Papá Grande. Forzaron el féretro y lo sacaron de él. Lo metieron en el carromato entre no menos de cuarenta y lo empujaron calle abajo.
Nadie se paró a contemplar desde arriba, los niños corrían, los ancianos corrían, los hombres corrían, las mujeres corrían, todo el pueblo corría.
Nadie se quiso perder cómo el Papá Grande se despeñaba por el acantilado y acababa en el mar con carromato incluído.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Soñar es gratuito

El señor Carrefour dormía siempre sólo.

No estaba ni soltero ni viudo, no, es que la señora Carrefour dormía en habitación aparte.


Una madrugada el señor Carrefour había soñado con su empresa. Y la idea que surgió de aquella noche fue tan brillante que la empresa subió sus ventas en sólo un mes en un cinco por ciento.

Al poco tiempo, el señor Carrefour volvió a soñar con proyectos de expansión, con nuevas medidas que en esa misma mañana se pusieron en marcha con resultados magníficos.


Los técnicos de la empresa Carrefour decidieron entonces aplicar la técnica del psicoanálisis y conectaron a la cabeza del señor Carrefour unos cables que recogían las ideas que éste iba teniendo en sus sueños. Así, lograron captar hasta el más mínimo detalle de sus brillantes propuestas.

Surgieron ideas como el 3x2, los aniversarios Carrefour, las marcas Carrefour, las tarjetas ahorro y otras que hicieron ser su empresa la número uno.
Tenían tan pulidas las transformaciones de los sueños que se ejecutaban las mañanas siguientes.
El señor Carrefour ya ni preguntaba.
Un día vio por la televisión que los pobres buscaban en los contenedores de basura de sus supermercados Carrefour los productos caducados y por la noche soñó con instalarles cajeros para revenderles a bajo coste esos productos. Al otro día, cada cinco contenedores había un cajero.
El señor y la señora Carrefour no tenían hijos, pues ambos siempre habían manifestado esa voluntaria decisión, ya que un niño les robaba tiempo para sus quehaceres y hobbies diarios.
Una tarde de lluvia llegaron a su puerta dos niños pidiendo algo de comida. El abrió por cortesía, pero les dijo que la señora Carrefour no estaba en casa ( La señora Carrefour tenía cita de cinco a siete con su peluquera particular que por supuesto venía a la casa de los señores Carrefour y esas horas no estaba para nadie ) y que él no tenía la llave de la despensa. Los niños se marcharon arrastrando sus pantalones llenos de barro a la casa siguiente.
Esa noche los sensores conectados a la cabeza del señor Carrefour registraron ideas difusas, divergentes y contradictorias entre sí, pero a las cinco de la madrugada tenían confeccionada la medida para el día siguiente. El señor Carrefour siempre se levantaba a las 06.00 horas, pero esa mañana era viernes su cuerpo no fue capaz de despertarse hasta las doce y media del mediodía.
Cuando encendió el móvil, trescientos cincuenta mensajes al unísono bloquearon la memoria del teléfono, uno por cada supermercado del país.
Aunque la policía había acudido a la llamada de socorro de la seguridad privada, la avalancha era imposible de detener. El señor Carrefour había soñado que durante una semana, la compra sería gratis para todos los pobres, simplemente había que ir vestido como tal.
El señor Carrefour se derrengó sobre la cama, bajó las persianas y buscó la pistola que tenía en el segundo cajón de su mesilla de noche.

lunes, 19 de octubre de 2009

Los cuentos

Dice Jorge Bucay que los cuentos sirven para dormir a los niños y para depertar a los adultos.

Cuanta razón tiene.

Yo estoy descubriendo tarde los cuentos, pero estoy aprendiendo bastante. Aconsejo, para el que quiera disfrutar de relatos cortos:

- Cuentos para pensar , de Jorge Bucay.

- Cuentos perversos, de Javier Tomeo.

- Cualquiera que escriba Luis del Val.

domingo, 18 de octubre de 2009

Anuncios breves

Este fin de semana playero me ha dado por inventar algunos anuncios por palabras. Aquí os dejo las ocurrencias:

- Busco personas con quienes compartir momentos de soledad.
Dirección: Cementerio de París. Panteón 1152-c.

- Galeón hundido y abandonado busca la gloria.

- Regalo a mi cabra Lola porque se nos acabó el amor.

- Valla oxidada busca zanja para sentirse útil.

- Cambio besos por abrazos.

- Asesino múltiple solicita confesor discreto.

- Cambio bote neumático a estrenar por trasatlántico usado.

- Perdido consolador: Es blanco por arriba, negro y rugoso por abajo. Responde al nombre de Cuqui.

Se recompensará generosamente. Razón: Mari Pi.

- Chino de ciento veinte años busca lugar donde morir.

- Actor de los años setenta en paro busca personas a quién contar batallitas.

viernes, 16 de octubre de 2009

Aire

Este es el primer cuento que escribí y ya apareció una vez en este blog.

Pero ahora lo traigo de nuevo porque será el primer cuento del libro " Mil caras de un prisma , cuentos entre lo cotidiano e irreal ".

¿ Cuando saldrá ?.

Sólo Dios y la imprenta, por este orden, lo sabrán.

Espero que muy pronto.

Ahí queda.


Ni Facinas era Macondo, ni su apellido era Buendía, ni oiría hablar en su mísera vida de las historias de “ Cien Años de Soledad “, pero Manuel Navarro, conocido por todos como Manolito, sentía muy cerca a los muertos. No sólo porque el cementerio estaba a escasos metros de su casa, sino porque a él, precisamente a él, se le aparecían sus muertos particulares.

Todo comenzó aquella noche de fuerte levante, muchos años atrás, imposible recordar la fecha, cuando llegó a su casa, ya de madrugada, con alguna copa de más. Empujó la puertezuela de madera, medio caída ya por el paso de los años, fue a poner la botella de vino en el suelo y al ir a tumbarse en el camastro de madera, notó como en la habitación no estaba sólo, había alguien; Fue a encender la luz, pero ésta no funcionaba, tambaleándose entre montones de botellas llegó hasta la ventana. Consiguió abrirla no sin poco esfuerzo, la luz de la luna llena entraba poderosa. Manuel miró hacia atrás, y lo que vio le dejó boquiabierto, paralizado. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, comenzó a sudar y quiso gritar, pero la voz no le salía. Frente a él estaba su padre, su verdadero padre muerto veinte años antes. La sombra se fue acercando hasta quedar a un metro escaso de su cara. No cabía duda, era él, el mismo rostro, idéntica figura desgarbada, la gabardina oscura de siempre.
Quiso tocarle pero la figura retrocedió: Comenzó a hablarle con la misma voz que él recordaba, pero más serena. Manuel, que así se había llamado en vida, le contó que como espíritu había sido enviado para velar por él y que a partir de ese momento, todas las noches de levante vendría a verle. No debería tener miedo, pues no era más que una sombra, y como tal no podría hacerle daño. Solamente le advirtió que su aparición no podría comentársela a nadie, y que a aquella habitación no podría entrar persona alguna, ni de día ni de noche. Si esto ocurría, el destino actuaría.
Tal como vino, aquella sombra se marchó.
Cuando despertó, ya bien entrada la mañana, medio aturdido, no sabía si lo que había visto era un sueño fruto de la borrachera o no, pero una sensación rara pasó fugazmente por su mente y recordó la advertencia.



A mediodía bajó al bar, pero por prudencia no comentó nada a nadie. Continuó bebiendo y hablando con uno y otro vecino hasta que el sol comenzó a desaparecer por el horizonte. Miró el reloj del local y se dijo que era la hora de subir a su casa. Pagó su botella de vino de Chiclana acostumbrada casi a diario y a trompicones subió la calle, más por el viento que le empujaba hacia abajo que por el alcohol acumulado. Abrió con reservas la puerta de la casa, pero dentro no había nadie.
Tras comer un poco de queso con pan que tenía en una talega, bebió a pulso el litro de vino y se quedó dormido. En algún momento de madrugada despertó, el viento soplaba con tal intensidad que parecía que más que silbar, quería hablarle. Estaba tapado con una manta, pero aún así sentía frío. Esta vez no tuvo miedo cuando volvió a aparecer a su padre, pero sí dio un respingo de la cama cuando la vio, era ella; no supo si la sorpresa venía de ver aparecer a más de una sombra o de que ésta fuera su madre, doña Juana, esa figura pequeña, menuda, triste.
Comenzó a hablarle con una voz pausada, calmada, serena; Esta vez no intentó tocarla pero sí se sintió cómodo con ella, hablaron de la infancia de ambos, los momentos de felicidad vividos, les reprochó su falta de cariño y así continuaron hasta que la primera luz entró por la ventana.

El domingo apareció radiante, sin asomo de viento alguno. Volvió a bajar al centro del pueblo a beber y aunque tentado estuvo de contar lo vivido la noche antes, cayó por prudencia.

Fue un invierno de viento fuerte de levante, y así lo recuerdan los mayores del lugar porque apenas sopló algún día de norte y ninguno de poniente. Muchos días continuados de aire desesperan a cualquiera, porque es difícil acostumbrarse, pero para Manolito fueron fechas exultantes de hablar con “ sus gentes “, porque cada noche venía algún muerto nuevo a verle, siempre Juana y Manuel con ellos.

Los vecinos de la calle oían todas las noches la voz de aquel borracho con nitidez entre aullidos del viento.

Quizás fueran los mejores momentos de felicidad en la vida de Manuel Navarro, aquellos en los que pudo transmitir sus sentimientos sin ser tomado por un loco y oír las historias de los suyos.

Todo ocurrió una mañana de lunes en la que el bar del mercado estaba desierto, eran las 9,30 horas y extrañamente Manolito bajó a comprar carne, ya que apenas comía. Comenzó a hablar con José Luis del levante y ésta vez no pudo contenerse.
Le contó lo que llevaba tanto tiempo callando, con profusión de detalles, de sus encuentros, de sus visitas y era tanta la fluidez en sus palabras que el barman no pudo por menos que sorprenderse, apenas pestañeaba. Manuel Navarro se sintió por un día importante. Cuando comenzaron a llegar algunos vecinos, éste calló y en ese momento se dio cuenta del error que había cometido.
Aquella noche nadie oyó al parlanchín aunque el viento de levante que soplaba con intensidad hubiera podido llevar su voz hasta el fondo de la calle. Dos días después, Antonio el vecino mayor tocaba en la puerta de su casa, pero ni una contestación. Se alarmó y fue a buscar a Juana, la viuda que vivía dos casas más abajo, que sabía que era una mujer valiente que no tenía miedo a nada. De un empujón abrieron la puerta y encontraron a Manolito tumbado en la cama, yacente, con la boca abierta y los ojos desencajados. Juana había visto muchos muertos pero éste parecía diferente, era como si el alma hubiese escapado del cuerpo. En el cuarto hacía un frío raro. Tras avisar al médico éste certificó su muerte, llevándoselo a la hora.

La vecina Juana salió la última de la habitación y mientras entornaba la puerta miró hacia atrás; Por un momento creyó ver algo que se movió por el espejo.
Cerró definitivamente pero no dijo nada.

Desde ese día Manuel Navarro es una sombra más.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Un día en el zoo

Las instalaciones del zoológico permanecían abiertas pero no se esperaba a nadie.
Los colegios que estaban concertados habían suspendido su visita, pues había dado lluvia durante todo el día.
Y así comenzó la mañana, agua y más agua impenitente.
La cajera leía un libro en la caseta de información cuando un hombre tocó la ventana.
- Quisiera visitar el zoo.
Señor, ha visto usted la que está cayendo. Muchos animales no salen en días como hoy y no hay espectáculos programados.
- No importa, sólo quiero dar un paseo bajo la lluvia y ver el comportamiento de algunos de ellos.
Está bien, pero le reitero que hoy no es buen día. Ahí tiene su billete.
- Gracias.
El hombre se ayudaba de un bastón y fue viendo primero los diferentes monos, orangutanes, mandriles, continuó en el terrario cuando arreciaba el chaparrón y cuando escampó siguió disfrutando del olor de los árboles mojados, del sonido de las gotas cayendo sobre el suelo y de los leones marinos que no paraban de danzar bajo el agua.
Se acercó a la jaula del elefante, luego de las jirafas que lo miraban extrañado y llegó a una especie de piscina rectangular con el agua muy sucia.
No se paró a leer los carteles informativos, las gafas que traían eran para ver de lejos.
Cada cierto tiempo, unas pompas salían a la superficie, pero el hombre siguió acercándose, pues la curiosidad le podía.
Aprovechó que nadie lo miraba para, no sin esfuerzo, bajar hasta la base de la piscina.
De pronto, la grandiosa boca de un hipopótamo salió del fondo del agua para engullirlo con bastón incluído.
Evidentemente, no había sido un buen día de visita.

martes, 13 de octubre de 2009

Hipocondria

El colchón de la cama de matrimonio sobre el que hemos dormido cinco noches es duro pero permite descansar la espalda.
Si fuera hipocondríaco o aprensivo quizás no hubiera dormido en ella.
Hace diez años, allí murió el tío de mi mujer de un infarto. En esa misma cama.
Su foto me hacía compañía en la mesita de noche. Me miraba y recordaba los gestos y la fortaleza que mostraba ese hombre.
No vino ningún espíritu a verme ni noté nada raro.
Ni siquiera se lo comenté a mi mujer, me hubiera tomado por tonto, o quizás hubiera pensado:
! Desde que escribes cuentos tu cabeza tiene demasiados pajaritos !.
Simplemente me acordé de ello la segunda noche y quise escribir esta anécdota.
Ahora que lo pienso, ¿ Realmente no estaré dándole demasiadas vueltas a un asunto tan tonto como dormir en una cama donde otros han fallecido ?.
A lo mejor es que me estaré volviendo un poco raro, o no, no lo sé.

Una ciudad atractiva



A mi vuelta vía aeropuerto con retraso de vueling incluido, puedo testificar que me vengo con la misma impresión con la que me fui.


Barcelona es una ciudad condenadamente atractiva. Y eso que esta vez he visto La Sagrada Familia de lejos, muy lejos, que no hemos hecho apenas recorridos del barrio Gótico, ni de Dalí, ni de Picasso, ni de Gaudí. Pero hay una, no muchas ciudades en una.




Esta vez, como íbamos con niños nos tocó la Barcelona de los zoológicos, acuarios y Tibidabo.





No faltó un paseíto por las Ramblas, con sus geniales mimos, a cual más original. Prometo reportaje fotográfico los próximos días.


Maravillosas las vistas desde la montaña del Tibidabo. Es visita indispensable para hacerse una idea de la grandiosidad de la ciudad.


Pero si algo no esperaba era la Torre Agbar, y eso que la vimos desde lejos. Impresionante, lo mire como lo mire. Ahí os dejo una postal de la visión para que la disfrutéis.


El metro, el funicular, el tranvía, todo es diferente allí, y funcionan como relojes perfectamente ensamblados. No hay esperas de veinte minutos ni nada de eso.


Las historias del metro dan para muchas páginas.


Espero estrujarme un poco los sesos para saber construirlas.





miércoles, 7 de octubre de 2009

Barcelona

Se acerca el gran momento, ya queda menos para...

En una semana espero dar noticias concretas.

Mañana salimos para Barcelona hasta el martes.

Prometo contar alguna historia vivida o foto interesante.

Hasta pronto.

lunes, 5 de octubre de 2009

Qué te diría yo




¿ Qué te diría yo ?.


Que tus abrazos me suben el ánimo cuando estoy decaído.

Que un ! papá !, provoca en mí una alegría infinita.


Que tus besos apagan mi cansancio.

Que tu sonrisa es mi felicidad.

Que tu dolor es el mío.

Que cuando tú sufres yo también.

¿ Qué te diría ?

Si cuando das esos pequeños pasitos y te echas en mis brazos me siento el ser más lleno del mundo.

Que bendita sea la hora en qué naciste.

Que irradias alegría por cada poro de tu piel.

Que muestras el mismo cariño con tu mamá y tus hermanos.

¿ Qué te diría yo ?

Simplemente que te quiero.











La fuente de ...

José Luis duerme y sueña con pasar a la historia... cuando:

¿ Eh, qué pasa ?.

José Luis enciende la luz, mira el reloj, las cinco de la mañana; Pega un respingo de la cama cuando ve a su hija menor al lado suyo.

Papá, te están llamando al móvil.

¿ Pero hija, hasta para acostarte te tienes que vestir de gótica ?.

Tú nos dijiste a mi hermana y a mí que teníamos que mantener nuestra identidad contra viento y marea. Hemos decidido que el pijama es de carcas. Toma el teléfono.

¿ Diga ?. Mari Tere, ¿ Porqué me llamas de un número desconocido ?.

Es que las líneas podrían estar pinchadas y el barbas podría enterarse.

Pero, ¿ qué es eso tan urgente ?.

Presidente, ¿ Está acostado aún ?.

Pues claro, son las cinco.

Siéntese que la noticia es gorda.

No me digas que Aznar se presenta de nuevo.

La cosa es más seria. Esta tarde unos campesinos de Fuente del Arco la han descubierto.

¿ El qué, a qué viene tanto misterio ?.

Han descubierto la fuente que lo limpia todo, principalmente la corrupción.

Dios, es impresionante.

Sí, presidente, cualquiera de los que usted piensa y que no se atreve a decir entra allí y sale inmaculado.

Pero habrá que probarla con alguien.

Bueno, pensé en Manolo, ya sabes que lo está pasando mal. El lo necesita más que nadie.

Esta bien, este fin de semana cancela todas los mitines que tenemos una visita discreta a Fuente todo el partido.

Presidente, la fuente tiene una pequeña pega.

No me mes más sustos, Mari Tere, que últimamente no estoy para muchos trotes.

Eso se lo tengo que decir en persona.

En el transcurso de un mes, todos los dirigentes del PSOE aparecieron rubios y con melena, incluso los calvos.

domingo, 4 de octubre de 2009

Juan Notario

Hoy ha muerto un gran hombre.

Juan Notario nos ha dejado cuando aún podía ofrecer cosas interesantes.

Para los que no sean de Facinas, quizás no les diga nada este nombre, pero para mí era alguien al que me unía un aprecio mutuo y correspondido.

Con esa voz rota en los últimos años, Juan, tú y yo tenemos pendiente ese libro del que tantas veces hablamos.

No te preocupes allá donde estés que saldrá y entonces dirás:

! Bravo, Juanito.!

Descanse en paz.

jueves, 1 de octubre de 2009

" Secreto de confesión "

Iglesia del Sagrario. Catedral de Sevilla.

Domingo, 8.45 tarde.

28 de Febrero de 1945


El padre Romualdo ha terminado la misa de ocho y se dispone a cerrar las puertas del templo.

Al ir a entornar la principal, pega un respingo cuando un hombre pega dos golpes en ella.

¿ Qué quieres a estas horas, hijo mío ?.

Padre, necesito que me confiese.

¿ Ahora ?.

Sí, padre, los remordimientos no me dejan dormir, llevo muchas noches así.

¿No puedes esperar hasta mañana?.

No, padre, mañana puede ser demasiado tarde.

Esta bien, hijo, me volveré a poner los hábitos.

Pasa al confesionario.

¿ Qué es eso tan grave ?.

Padre, la cosa empezó hace dos años. Usted sabe que yo estoy casado por la Iglesia y tengo dos niños que alimentar. No tengo trabajo y estábamos desesperados. Así que no me quedó más remedio que aceptar los encargos.

¿ Hijo, qué tipo de encargos ?.

Bueno, padre, me cuesta un poco de trabajo confesárselos.

Pero, Andrés, para eso estás aquí.

Está bien, don Romualdo, le contaré:

Me confieso de que durante dos años he tenido que matar.

¿ Qué me estás contando ?.

Sí, cada noche me hacían dos o tres encargos y durante la madrugada los ejecutaba.

El padre sudaba a chorros. No sabía qué preguntar. Se planteaba cómo actuar en esos casos, pues nunca había oído confesión igual.

Andrés, ¿ Qué hacías con los cuerpos ?.

Pues los llevaba donde me decía.

¿ Quién te lo decía ?.

No sé si debo mencionarlo.

Tienes que decírmelo.

Me los encargaba Rafael.

¿ El carnicero ?.

Sí, padre, el carnicero.

Don Romualdo se tapó la boca, las arcadas le podían.

Con un hilo de voz apenas audible, le preguntó:

¿ A Hijo cuantas personas has matado en todo este tiempo ?.

Andrés lo miró extrañado y contestó:

No padre, lo que yo mataba eran gatos, gatos que vendía Rafael por liebres.