domingo, 20 de diciembre de 2009

La primera copa

Llegaron en un viejo camión sin capota cuando el sol aún no había aparecido por la sierra de Fates. La calle Vista alegre estaba solitaria aún. El levante otoñal zigzagueaba por los callejones ofreciendo hostilidad y frío a los valientes que se atrevían a desafiarle.
Pero ellos eran los más valientes, los que iban a luchar por España.
Venían de Benalup e iban a Tarifa.
Eran ocho, siete hombres y un muchachuelo, todos vestían gorras que tapaban algo sus cabezas y ropas desgastadas, raídas por la pobreza y el tiempo. Con decisión, el mayor de todos abrió la puerta del bar en primer lugar, luego fueron entrando los demás y por último el rapazuelo que cerró.
A los buenos días, ¿ Qué se le ofrece a los señores ?.

Algo para entrar en calor, si tiene usted.
Un buen cafelito si les puedo dar.
Hecho.
Parecían entumecidos por el frío, el que comandaba comenzó a alentarles sobre la batalla, el ardor y la victoria segura.
Luego pidieron una copa de aguardiente.
¿ Y tú, también vas a querer una ¿.
El chico miró a aquel hombre con voz potente, porte de gigantón y no supo qué contestar.
El compañero que estaba a su lado le dijo al dueño del bar:
Juan, él también, es ya un hombre.
Le sirvió una palomita de licor y le preguntó:
Chico, ¿ Qué edad tienes ¿.
Dieciocho, señor, acabaítos de cumplir.
¿ Cómo te llamas ?.
Manué.
Yo soy Juan , Juan Gil.
Cuando al muchachuelo le llegó el alcohol a la garganta empezó a toser y a punto estuvo de ahogarse.
Manué, me parece a mí que eres demasiado joven para las copas de aguardiente y hasta para la guerra.

Pagó Rafael, el fefe y conductor, y se despidieron, el muchacho también, con un hasta luego.

Juan Gil observó de nuevo a Manué, tan escuchimizado, tan poquita cosa, y pensó para sus adentros:

También es joven para morir.

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