martes, 24 de noviembre de 2009

Luz de otoño

Día uno o más bien, primer día y último, pues se acabaron los recuentos.
A partir de ahora me espera una vida por disfrutar, quiero beberme a sorbos cada momento, cada olor, situación, momento, ilusión, cariño, encuentro, amigos, todo.
Ayer cuando venía para mi casa, atravesaba la ciudad en el coche, sentía todo nuevo. Yo había estado casi veinte días viendo lo mismo, una imagen casi fija del mundo, una calle, gente de azul, verde o blanco yendo de un lado para otro, un ficus en la puerta de urgencias y poco más.
Cuando volvía me daba cuenta de lo insignificante del ser humano frente al universo, aunque parezca un poco cursi. Todo se mueve con una normalidad pasmosa, el centro comercial lleno, la autovía a rebosar de coches, el metro funcionando a empujones cuando pasaba por nuestras cabezas, el sol inmisericorde sin nubes de oposición, un reloj que no deja de funcionar, un tren que arrancó y no para nunca, un engranaje casi perfecto que no echa de menos al más insignificante de los pequeñísimos tornillos que lo forman, el mundo que se mueve.
Así que nada, a meterse de nuevo a la máquina y a rodar, es lo que toca, y por supuesto, sin oxidarme.

No hay comentarios: