jueves, 19 de noviembre de 2009

" El hombre durmiente "


Pedro tenía una ilusión desde casi su nacimiento. Cuando fue pequeño su madre le recitaba al oído " duérmete niño, duérmete ya, que serás feliz y soñarás ".



Aparte de estudiar y jugar por las tardes, Pedro fue creciendo con ese deseo, dormir, cuanto más y mejor.



Pensaba que comer era una obligación para subsistir, un mal necesario.



No es que fuera introvertido, es que mientras oía al profesor pensaba en su cama, en estar bajo las sábanas acurrucado.



Estudió informática y encontró pronto trabajo, ocho horas desde su casa, con su ordenador. Apenas tenía que desplazarse a otras ciudades. Se levantaba a las 09.00 horas, desayunaba un café, paraba para comer a las 14.00 horas y a las 03 de la tarde solventaba incidencias hasta las 17.00 horas. Luego la siesta de una hora y media no la perdonaba nunca, ni siquiera los fines de semana. No tenía televisión, apenas oía la radio, no las necesitaba.



Nunca hizo intentos por conseguir una pareja, aunque no era mal parecido, ni tampoco tímido. Simplemente era una cuestión que no le interesaba. Una vez tuvo un rollo, pero al mes se dio cuenta de que las horas que pasaba con ella no le compensaban las perdidas sobre la almohada.



Así fueron pasando los años, Pedro se fue haciendo mayor, pero era feliz. Tenía lo que siempre había anhelado. Cada año hacía un viaje al extranjero en el mes de vacaciones, siempre a un lugar con playa. Pedía la habitación con mejores vistas de la ciudad y desde allí, en la cama recién estrenada, hacía turismo de una forma diferente.



Por el día alquilaba una hamaca con sombrilla y se entregaba al placer de morfeo, cuando llegaba la noche, apenas cenaba cualquier cosa en el lunch y se subía pronto a contemplar el mar desde allí. Entonces soñaba, soñaba con exhuberantes mujeres, con desiertos, con comidas pantagruélicas, con volar, con museos, con duendes, con otras camas, con besos, con nadar hasta el fondo del océano, con caricias, en fin, soñaba.



Los años fueron pasando en su vida, se hizo mayor, no tuvo amigos ni nunca los necesitó.



Un día de otoño, Pedro sintió la extraña necesidad de pasear por el parque, las hojas caían a un lado y otro, el sol comenzaba a ocultarse. A esa hora casi nadie se atrevía a desafiar al frío nia la amenaza de lluvia.



El hombre encontró un banco aislado, se sentó en él; Al poco tiempo su cuerpo fue inclinándose hasta quedar tumbado a todo lo largo. Pedro cerró los ojos y se quedó dormido. Sus labios transmitían felicidad.



Esa tarde Pedro se convirtió en estatua de hierro.



Desde entonces, en el parque existe una figura en un banco a la que todo el mundo conoce como " el hombre durmiente ".





Dedicado a mi amiga Patricia.

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