miércoles, 23 de septiembre de 2009

El recuerdo

Su mente apenas podía recordarla.

Hacía ya diez años que se había marchado, cada día que pasaba la imagen de ella se iba diluyendo de su cabeza.

Tenues recuerdos, retazos de la vida que iban y venían sin orden ni concierto.

En esos momentos se agarraba a la medalla que le colgaba del cuello: En el anverso su cara, en el reverso, su nombre, María.

Hasta aquel maldito día que salió a dar un paseo, con la mala fortuna de que el viento le hizo caer, haciéndose una brecha en la cabeza.

En el hospital le vendaron toda la frente y a los dos días volvió a su casa.

Llegó dolorido por fuera, y por dentro. Se sentía aturdido, los recuerdos no aparecían y cuando se agarró a la medalla, ésta no estaba.

Lloró, lloró y lloró desesperado.

Un día, otro, otro, otro, hasta que se atrevió a salir a la calle.

Frente a su casa un jardín, y en él, un rosal de rosas rojas.

Se acercó y las olió.

María apareció en toda su intensidad, sus gestos, sus ojos, incluso su voz se aclararon en el cerebro de él.

Cuando murió, Pedro fue enterrado con un ramo de rosas rojas, tal como había dejado escrito.

1 comentario:

Antonio Aguilera N dijo...

Era necesario que perdiese la medalla para descubrir las rosas.
La mente tiene un mecanismo de vida basado en la acción-reacción. Sólo ante los pinchazos reaccionamos. Lo malo es que las heridas dejan cicatrices.
Un abrazo,