jueves, 9 de julio de 2009

Un alma atormentada

La historia que voy a contar esta noche sucedió hace muchos años no demasiado lejos de aquí.
Acostumbraba ir a pescar a la ribera del río Guadaira a su paso por Alcalá, cuando aún no estaba contaminado. Me gustaba ir al atardecer, en esos momentos en que las pocas personas que paseaban se iban marchando, hasta quedar en soledad con el río.
Lo de menos eran las piezas que casi siempre acababan de nuevo en las aguas, me gustaba ir porque se respiraba paz y naturaleza.
Algunas veces los patos se acercaban pidiendo comida. Las ratas también se solían ver entre los cañaverales.
Una tarde de primavera, cuando los últimos rayos del sol se asomaban en las copas de los árboles, noté cómo alguien se acercaba. Pegué un respingo cuando me tocó en el hombro.
Tentado estuve de salir corriendo pero el hombre me pidió que me quedara. Era relativamente joven, pero en su mirada había algo de amargura y temor entremezclados. Vestía de una forma extraña, diríase que antigua.
Le pregunté que quería y me dijo: Sólo que me escuches.
Nos sentamos ambos sobre las piedras de la orilla, aunque yo no estaba muy decidido a estar allí mucho tiempo con aquella persona.
Su voz era acaramelada, sus palabras salían de su boca con pausa.
" Me llamo Pedro y viví aquí hace muchos años, en una casa que había cerca de aquí. Mis padres eran los dueños de casi todo este pinar. Fui hijo único en una época en la que la mayoría de la gente pasaba hambre, mucha hambre. Nosotros, sin embargo, éramos los más ricos del lugar.
Mi padre era marqués, persona dura, machista y sobre todo, religioso, al igual que mi madre. Se hizo construir una ermita en el cerro de ahí arriba.
Cuando pequeño fui feliz, me sentía libre, mi vida era el río, pescar, divertirme y disfrutar de todo esto. Pero cuando me convertí en hombre, algo en mi mente se rebeló contra mi cuerpo, produciéndome una lucha interna entre los principios que me habían inculcado y la necesidad de sentirme realizado.
Durante mucho tiempo pude ocultarlo, pero un día mi padre se enteró. Estalló en cólera, me refugié en mi madre, pero ella no era capaz de entender que pudiera amar a un hombre, era demasiado para su mente.
Quise huir pero no fui valiente.
A los dos días, mi padre se acercó con una escopeta de caza y me dijo: Ya sabes lo que tienes que hacer.
Me alejé de la casa llorandoy corriendo, hasta llegar ahí, junto al molino. No sé si fui cobarde o no, pero mi cabeza estalló en mil pedazos.
Luego los periódicos se encargaron de relatar que el hijo del marqués había fallecido en un fortuito accidente con un arma de caza.
Desde entonces, mi alma vaga por este río, pidiendo que alguien me oiga y pueda descansar en paz.
Cada vez que oigo un disparo de ahí arriba, me retuerzo, quiero chillar pero no puedo ".
Me señaló el polígono de tiro que hay junto a la ribera. Cuando volví la cara, ya no estaba.
Dejé las cañas allí y salí corriendo.
Desde entonces, cada vez que oigo un disparo de allí, me acuerdo de aquella visión y sé que no fue un sueño, que yo lo viví.

1 comentario:

Israel dijo...

De momento todo encaja. La ubicación del club de tiro queda cerca de la zona del río que se divisa desde la parte trasera del correccional. Hablaré con mis abuelos de ésta y otras historias. Deja que te cuente la del jugador de cartas. Te quedarás de piedra, tal como yo me quedé. La historia de los ciudadanos es la verdadera historia de los pueblos.