lunes, 5 de enero de 2009

Uno de Enero

Esta vivencia la debería haber colgado aquí aquel Uno de Enero, pero las conexiones no siempre están donde uno quiere. Aunque un poco tarde, ahí va:


Cada Uno de Enero acudimos a la playa de Bolonia, si las circunstancias no lo impiden. Es para nosotros una tradición que en condiciones normales no nos solemos perder. Este año pensábamos que no podríamos cumplirla pues el tiempo previsto era de lluvia y más lluvia. Pero esta mañana el sol estaba radiante en el cielo, alguna nube clara lo sombreaba de vez en cuando pero ni amenaza de agua. Así que cogimos el coche, este año con un nuevo miembro en la familia, subimos el Puerto y comenzamos a bajar. El paisaje era maravilloso, verde sobre verde donde mirara, los arroyos arrastraban el agua caída en las sierras durante la noche de Nochevieja e incluso las ruinas de Baelo desembocaban mucha agua por sus calles.

Pero lo mejor estaba por llegar. Hubiera merecido la pena coger un vuelo desde cualquier parte del mundo simplemente por ver cómo la naturaleza se mostraba ante todos los que allí estábamos.

El mar peleaba contra sí mismo, en una batalla sin cuartel, sin vencedores ni vencidos; las olas eran sus instrumentos de guerra, la arena el castillo a conquistar, nosotros los testigos, la espuma el resultado. Cerrábamos los ojos para oír el esplendoroso batir de una ola contra otra, en esa cruenta lucha, y cuando los abríamos, una pugnaba contra la siguiente en altura y majestuosidad. Así una y otra vez, sin tregua ni cuartel. La soldadesca la formaban miles de gotitas de agua en suspensión que creaban un universo nebuloso a nuestro alrededor, cuasi irreal, pero envolvente. Incansables, quizás la lucha dure aún a estas horas de la madrugada.

Ojalá tenga la suerte de vivir muchas batallas como esas, aunque no caigan en Uno de Enero, serán inolvidables.

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