miércoles, 23 de julio de 2008

Dominadores

Intentaba dormir, pero un repelente zumbido empezó a sonar alrededor de mi oído. Tras encender la luz, y buscarlo por toda la habitación sin resultado, me volví a acostar. Entre bombardeos permanentes pensé que los malditos mosquitos dominan el mundo y que siempre será así.

Por muchos insecticidas que inventen siempre habrá uno de esos pequeños bichitos alados que nos picará en el menor descuido.

Desde hace millones de años, los mosquitos han estado acosando a la humanidad.

Podría ser que el que esta noche seguramente se ensañe contigo, sea descendiente del que le picaba a Napoleón cuando intentaba conquistar Egipto, o del que perseguía a Hitler en su bunker, o el que no dejaba de zumbar a Chaplin cuando hacía “ El gran Dictador “, o el que sobrevolaba a Picasso cuando éste pintaba “ El Guernica“.

O un descendiente de aquella nube de ellos que se hartaban cuando un Cromagnon mataba un mamut, o aquél que se posaba en la guillotina cuando ajusticiaban a Robespierre, el que se metía en los faldones de Cervantes mientras que escribía “ El Quijote “, o los miles que acompañaron a Colón en su viajes por el nuevo mundo.
Decididamente, los mosquitos forman parte de la historia, aunque sea escondida, porque detrás de cada acontecimiento, sea presente, pasado o futuro, siempre habrá uno incordiando

jueves, 17 de julio de 2008

Sé quién eres

¿ A qué no sabes quién soy ?.

Seguramente no.

Yo sí.

Sé tu nombre, tus apellidos y hasta la fecha de tu nacimiento.

Localizar tu casa me costó un poco más porque vives a muchos kilómetros de mi ciudad, pero no paré hasta llegar a la misma puerta de entrada y confirmé tu dirección.

Sé que estás casado, que tienes una mujer y hasta los nombres de tus niños.

Lo sé todo de ti, o casi todo.

Tú aún ni siquiera sabes que existo.

He chateado contigo hace poco.

Un día incluso me atreví a ir a tu oficina y simular que era una cliente con tal de estar cerca de ti.

Tu olor me cautivó.

Y tu voz.

¿ No recuerdas que una mañana marcaste un número erróneo desde tu móvil y salió una voz de chica ?.

Pues yo sí, era yo.

De ello hace exactamente cuarenta y cinco días y siete horas.

Te disculpaste por haber marcado mal, pero esa voz no la puedo olvidar.

No sé si un día tendré fuerzas para confesarte todo esto.

Por ahora el juego me ilusiona.

Me motiva mucho conocer más de ti.

" Sé quién eres"

martes, 8 de julio de 2008

Esto podría ser una novela o tal vez se convierta en un cuento largo.

Aún no tiene ni nombre.

En teoría debería ser el primer capítulo de una aventura, pero el destino, el azar, los caprichos o qué se yo, podrían terminarlo aquí.

El tiempo lo dirá:

Año del señor de 1870, día 14 de los corrientes del mes de Noviembre
Ciudad de Tarifa
Ocho horas de la mañana.

-. “ Aún no sé porqué razón me mandó llamar para quedar con usted. Le advierto que aunque peine canas y esta tos me esté matando, aún sé defenderme de cualquiera: Los mundos que he vivido me han hecho fuerte “.

La voz del hombre sonaba cascada pero vigorosa. No se diferenciaba mucho del resto de tonos que a esa hora había en la taberna del Puerto. Mucho antes de que amaneciera ya se habían hecho a la mar los marineros más jóvenes, a los que las enfermedades aún no habían aún hecho demasiado efecto. En tierra quedaban los viejos lobos de mar, los que tenían una vida entera por contar a la luz de una linterna de gas y con una vaso de vino. Siempre había quien quisiera escuchar las mil y una historias que en El Falucho se vivían diariamente, desde la salida al ocaso del sol .

El visitante desconocido le había avisado mediante uno de aquellos mozalbetes hambrientos que pululaban por las frías callejas del puerto, que mendigaban aquí y allá por un trozo de pan y algunos reales de vellón. Pedrín, que se hacía llamar el chicuelo, tocó en el pomo de la desvencijada puerta de nadera que apenas se sujetaba por dos podridas bisagras oxidadas, ya que la tercera se había caído de un portazo, siendo cerca de las once de la noche.

A esa hora, en un pueblo como Tarifa, con varios días seguidos de levante fuerte, casi el invierno al caer, frío a raudales, y ni un alma en las calles, que alguien llamara a su casa no podía ser para nada bueno. Abrió poco a poco la puerta, esperando alguna desgracia, y se sorprendió al ver un mozo de apenas doce años, tiritando de frío, pero con una cara de satisfacción como pocas se veían por aquellos contornos.

“ Un señor que se aloja en la Hospedería me ha dicho que le buscara y que le dijese que mañana a las siete de la mañana le espera en el bar del Puerto “. Dijo el chiquillo con una voz atemorizada.

.- ¿ Quién es?,

.- No sé, señor.

.- Solo sé que por su voz no parece de aquí, quizás sea extranjero, estoy casi seguro.

¿ No te ha dicho que para qué quiere verme ¿

.- No, sólo dijo que hiciera todo lo posible por localizarle y que le dijese el mensaje que me pidió.

¿ Y te ha pagado por ello ¿

Sí. El semblante del niño cambió en ese momento.
¿ Cuanto ¿, preguntó interesado Guzmán.

Cuarenta reales de vellón, señor.

Abortargado por la botella de vino que se había tomado a lo largo de la noche, le pareció no oír bien las palabras.

¿ Cuanto has dicho ¿,

“ Lo que usted ha oído “. La voz se iba haciendo cada vez más segura y relajada.

Esta bien Pedrín, ya veré si voy o no.

Cerró la puerta, y quedó toda el día absorto en sus pensamientos.

lunes, 7 de julio de 2008

Diario de una náufraga

Día uno.

Hoy, después de no sé cuantos días, comienzo este diario que bautizaré como el de la desesperación.

En este pequeño cuaderno perdido por mi habitación, hoy solamente quiero decir que ya no puedo llorar más, necesito que alguien me escuche, aunque estoy segura de que nadie lo hará.

Día dos.

Me siento como Robinson Crusoe en una isla desierta, soy una náufraga solo que él tenía la esperanza de que un barco lo rescatase, yo no.

Día veinte.

Hoy he decidido que tengo que escribir lo que me pasó o me volveré loca.

Todo sucedió aquella mañana cuando me levanté de dormir, recuerdo que era sábado porque no tenía que trabajar. Extrañé no oír ningún ruido cuando la casa de mis padres los fines de semana era un jolgorio permanente. Llamé a mi madre, pero nadie respondió. Pensé entonces que habrían salido de compras. Su móvil daba llamada pero no había respuesta, tampoco el de mi padre. Me vestí a toda prisa, salí a la calle, pero del bullicio no quedaba nada, sólo el ruido de los pájaros cantando en los árboles. Empecé a impacientarme, cogí mi coche y me di una vuelta por el pueblo: Era un desierto, ni siquiera en el mercado había ni rastro de personas.

Grité, grité y grité, chillé con todas mis fuerzas, pero mi eco se propagaba hasta el final de las calles y me lo devolvía amplificado por diez. Aquello no podía ser real, tenía que ser una pesadilla. Me pellizqué la cara por si estaba dormida, pero para mi desgracia, me dolió.

Salí del pueblo en dirección a la ciudad que estaba a cinco minutos, pero algo muy raro pasaba cuando no me encontré con ningún coche, moto ni ciclista. La carretera para mi sola.

Mi desesperación iba en aumento, pero se convirtió en llanto cuando me recorrí cada plazuela, cada esquina, rincón, avenida o casa y no encontré rastro de persona alguna.

Era como si todos se hubieran esfumado mientras yo dormía.

El viento aullando en las esquinas era mi único acompañante.

Entré en un bar que estaba abierto, el único ruido era el de la máquina tragaperras, puse la tele, pero allí no salía nada ni nadie.

Desde entonces han pasado demasiados días y sigo aquí sola, sin esperanza ni futuro.

Día treinta y cinco:

Continúo escribiendo este diario porque es lo único que me anima a seguir viviendo, aunque hoy ha sucedido un hecho que me ha alarmado.

No sé si me estoy volviendo loca, pero hoy he visto una línea roja subrayada sobre
la última línea escrita, cuando solo utilizo el bolígrafo azul.

Día cincuenta y dos:

Alguien ha escrito en rojo “ No estás sola “.

martes, 1 de julio de 2008

10.000

La vida de Miguel se resumía en cuidar un pequeño rebaño de cabras en la montaña. Vivía en una casa a medio kilómetro del pueblo. No tenían luz, y sus padres se apañaban con una pequeña batería y la chimenea que les daba calor en las frías noches de invierno.

Nunca fue a la escuela porque su padre decía que las cabras no podían estar solas por el monte y casi desde que comenzó a andar la sierra no tenía escondite para él. Allí era feliz, sabía donde estaba cada madriguera, cada nido, cada ruta de caza de las alimañas, y aunque siempre estaba solo, aquél era su mundo, donde se encontraba seguro.

Cada dos días bajaba al pueblo y compraba algo de carne para el puchero en el pequeño mercado de abastos con el poco dinero que sus padres podían ahorrar.

Pero un día, cumplidos los doce años, sucedió algo que le desconcertó sobremanera. Estaba esperando para que le atendieran, cuando Gaspar, le dijo que se esperaba un poco. Cuando terminó de atender, el carnicero le dio un cuaderno con las hojas en blanco y le comentó:

- Te voy a enseñar a leer, y a escribir, eso es muy necesario para la vida.

Pero para qué voy a querer eso en la montaña con las cabras.

Y así fue como Miguel el cabrero aprendió a saber distinguir unas letras de las otras, a saber cuantas cabras tenía o cuanto le podían pagar por cada una de ellas y todo lo apuntaba en su pequeño cuaderno que se iba llenando poco a poco.

Pero lo que más le impresionó fueron los números más que las letras.

Un día, sentado en el risco donde se divisaba todo el pueblo, pensó que porqué no sería capaz de contar hasta diez mil, pero como era un poco aburrido, decidió que cada coche que pasara por la carretera lo apuntaría en su cuaderno.

Pasó un día, y otro, y otro, pero el pueblo era muy pequeño y el número mágico no llegaba, así que se buscó una piedra más alta donde pudiera ver más amplitud de camino y todos los días, Miguel dejaba pasar las horas contando coches hasta llegar a los diez mil.
Pasó un año, pero Miguel siguió constante.

Buscó el pico más alto de la montaña, el paisaje era maravilloso, hasta el mar en los días claros podía ver y allí, a la caída de una tarde de primavera, un coche rojo que pasó en dirección a Cádiz fue su número mágico.

Lo había conseguido. Con un cincel y un martillo grabó en la piedra, 10.000.

Supo en ese momento que todos los retos que se propusiera sería capaz de realizarlos.

Desde entonces, a esa piedra se la conoce como el tajo de Miguel.