jueves, 20 de noviembre de 2008

Confesión desde la desesperanza

Esta noche, casualmente oí en Radio Nacional de España un historia sobre la memoria histórica que me conmovió.
Tenía la necesidad de transcribirla aquí y expresar todo lo que aquella mujer debió sentir y quizás aún viva así. Todo es real menos los apellidos. Dice así:
Hoy no, no puedo, no debo, pero…

Algo me corroe por dentro, algo que me quema y que casi no me deja respirar.

No puedo explicar lo que es, pero me está matando.

Pensaba que a mis setenta y seis años podría vivir tranquila y feliz aquí en París, con mis hijos, mis nietos y las pequeñas cosas de lo cotidiano.

Pero el maldito día que pasé por aquella calle mi existencia cambió. No sé si llamarlo casualidad, destino o Dios, pero no debí acercarme a aquella charla.

Fui una mujer normal, cuya vida me fui construyendo a base de sacrificio, trabajo, sueños, mentiras e ilusiones perdidas.

No, decididamente lo tengo que contar porque al menos, hablar me ayudará a soportarlo.

Nací en Oviedo en el tercer año de la segunda república, fui adoptada por una familia de feriantes al poco tiempo y siempre me contaron la historia de que mi madre me había entregado a ellos porque había sido una fulana que iba de hombre en hombre que había muerto al poco tiempo de yo nacer.

Ellos fueron quienes me criaron y con quienes conviví hasta que me trasladé a Paris donde me casé y tuve tres hijos.

Aquella tarde, unos hombres y mujeres habían organizado unas jornadas sobre los fusilados republicanos en los primeros años del franquismo, y casualmente hablaban de una mujer que se había significado por su lucha por los derechos de la mujer, que por esa causa había sido llevada a las afueras de Mieres y fusilada en el año 1945.

Se llamaba Ana Porres Villa.

En ese momento me temblaron las piernas y mi corazón empezó a latir con fuerza. No podía ser, no, no y no…
Pero, esa mujer se llamaba igual que yo, las fechas y la zona coincidían. Además, siempre pregunté porqué no tenía los apellidos de mis padres adoptados y me dijeron que me habían dado los de mi madre.

Nunca quise remover ese pasado, quizás por miedo a lo que me hubiera encontrado, desconocimiento o conformismo. O la vida, que a veces tampoco te da a elegir. Yo tenía una familia en unos años duros en los que íbamos de pueblo en pueblo pasando mucha hambre, pero al fin y al cabo era mi familia; Eran un padre y una madre a la que abrazarse en momentos de frío, o cantar al calor de una hoguera.

Pero jamás me pude imaginar que todo estaba construido sobre una gran mentira, la más burda, sucia e inmunda de las mentiras.

No sé si algún día podré perdonarles, estén donde estén, pero ahora siento que mis pies de apoyo, sobre los que construí mi castillo de arena se derrumban, y que mi vida ha sido un gran engaño en la que yo he sido la engañada.

No me pregunto qué podría haber hecho en aquellos años, quizás ni siquiera hubiera podido volver junto a ella, o conocerla, pero por lo menos creo que tenía el derecho a elegir y no me han dejado.

¡Dios, no he tenido ni esa mínima oportunidad ¡.

Y ahora viene lo peor, las preguntas sin respuesta.

¿ Porqué me ha tenido que pasar esto a mí ?.

¿ Con quién me voy a consolar ¿

¿ Cómo voy a olvidar ¿.

¿ Y perdonar ¿.

¿ Cómo voy a dormir en paz conmigo misma ?.

Dios, Dios, Dios…

Estas lágrimas son de impotencia, de pena, de rabia…


Gracias por escucharme.

1 comentario:

Reyes dijo...

Esa es la verdera memoria historica. Me ha emocionado mucho, muy bien contado.
Enhorabuena.