domingo, 8 de junio de 2008

" La promesa "

Para Jean Jacques, aquel día estaba siendo demasiado difícil. Desde que pasadas las cuatro de la mañana, su madre le llamara comunicándole el fatal desenlace, supo que el 07 de Abril de 1973, se iba a convertir en el día más duro de su corta vida. Y es que para un chico de apenas dieciséis años, despedirse de su abuelo era la peor noticia que podía recibir, máxime cuando había crecido junto al genio y lo sentía como su padre.

Había cogido un vuelo directo desde Oxford donde estudiaba y confiaba que llegaría a tiempo para el entierro. Llegó a Paris pasada ya una hora del mediodía y se fue directo al tanatorio donde le esperaban todos, incluido Pierre, su padre, al que no veía desde hacía varios años, y con el que se besó fríamente.

Durante el día, con la vorágine de fotógrafos y cámaras, la familia, las condolencias y los preparativos del funeral, apenas había tenido tiempo de pensar.

Pero cuando le dieron el último adiós en el jardín de Castillo de Vauvenargues, fue tomando verdadera dimensión de su situación. Había perdido para siempre a su mejor amigo, con el que se apoyaba siempre que tenía un problema, el maestro de todos y lo peor de todo, era que no le cabía ningún consuelo por más que Elice, su madre, lo intentara. Lloró y lloró no supo cuanto tiempo ni donde, y sólo cuando se cansó de llorar, sintió que la pena se iba transformando por segundos en duda e incertidumbre. Debía cumplir una promesa y tenía pocas horas para hacerlo. No sabía si sería capaz ni siquiera si tendría fuerzas.

Dos años antes, Pablo le había confesado un deseo a su nieto. En un principio, éste pensó que era una broma, pero conociéndole poco propicio a ellas, y viendo que el maestro fruncía el ceño, le preguntó el porqué. Podía haberle contestado que los genios no tienen que dar explicaciones, pero la que le dio le convenció. Le hizo jurar que cumpliría la promesa el mismo día que su abuelo falleciese, ni un día más. Si se negara a ejecutarla, el alma de Picasso le perseguiría el resto de su existencia.

Ahora estaba allí, en la casa del genio, llorándole y ahogado en las dudas. Tampoco podía contárselo a nadie, y eso le ponía más nervioso aún. Había mantenido el secreto más absoluto, y así debería ser durante toda su vida.

Pero ¿ cómo iba a hacer una cosa de la que quizás se arrepentiría siempre ? Pero si no la llevaba a cabo, también se lamentaría.

Cogió fuerzas del fondo de su alma y se decidió a ejecutar la promesa.

Casi toda la familia se había marchado ya, los pocos que quedaban hablaban silenciosamente abajo en el salón principal de la rue de Aix-San Provence. En la primera planta, donde él estaba no había nadie y además no sabían que estaba allí. Unos minutos antes había dicho que necesitaba tomar el aire y que iría a dar una vuelta. Había cogido un cuchillo de la cocina disimuladamente.

Respiró hondo y se dirigió al taller principal del maestro, donde yacían algunas de las obras inacabadas, pero también algunas de sus joyas pictóricas.
Al fondo, casi entre tinieblas, lo distinguió. Las piernas le temblaban pero tomó valor y se acercó a él hasta casi tocarlo. Era un cuadro no demasiado grande, muy luminoso y expresivo. La policromía de colores hacía que deslumbrara. Pablo se lo había mostrado por primera vez la noche de la promesa y le había dicho que era su alma hecha pintura. Quizás no fuera su mejor cuadro en su opinión, pero sí el que había sido capaz de plasmar en toda su intensidad el mundo interior de Pablo Ruiz Picasso.

Y él era el elegido para destruirlo, el que debía hacerlo desaparecer para siempre, según los designios del maestro, el que debía privar al mundo de esa auténtica maravilla, el que tenía que evitar una auténtica lucha de su familia por no haber sido incluido voluntariamente en su testamento, el ejecutor.

Nadie tendría en un futuro derecho a disfrutar de “ La promesa “, como así lo había bautizado. Qué sarcasmo, que ironía de su abuelo.

Faltaban pocos minutos para la medianoche cuando se decidió por fin a acabar con él. Sacó el cuchillo del bolsillo y con la mano derecha fue a clavarlo en la tela del cuadro cuando a sus espaldas oyó un ruido. Bajó la mano disimuladamente y miró hacia atrás. Un niño había aparecido y miraba fijamente al lienzo que apenas un segundo antes, él había intentado masacrar. Durante unos minutos ni siquiera pestañeó. No se atrevió a preguntarle qué hacía allí ni quién era.

Simplemente le miró fijamente a los ojos y vio en ellos el alma de Pablo Ruiz Picasso.

2 comentarios:

Herodes Antipas dijo...

Hacía mucho que no te visitaba y la verdad es que me encuentro con dos cosas: que has cambiado de formato, y que sigues escribiendo igual de bien. Muy buena y sentida entrada. Enhorabuena.

Don Quijote, la última aventura dijo...

Sigo teniendo muchos problemas para poder vincularos.Espero ir mejorando y aprendiendo de vosotros.

Muchas gracias por los ánimos.